Diecisiete años después de su primer libro sobre el "fascinante" reinado de Felipe II, Mariano Fernández Urresti regresa a las librerías con un nuevo ensayo para desentrañar los misterios de un "monarca contradictorio", y de un palacio, El Escorial, "cargado de secretos y enigmas".
En 'Felipe II y el Templo del rey Salomón', el escritor cántabro presenta una historia sobre una Europa convulsionada por la aparición del erasmismo y el luteranismo, que provocaron guerras religiosas cruentas, y donde España se vio "salpicada" por la aparición de beatas, alumbrados y profetas singulares.
En medio de ese panorama, el libro abre las puertas a una nueva dimensión poco estudiada del que es el mayor edificio civil de España: la de los misterios que habitan entre los muros que mandó construir un rey que guardó más secretos que el propio Escorial.
En una entrevista con EFE, Fernández Urresti (Santander, 1962) desvela que en el libro se retrata a un Felipe II que no fue un guerrero, como su padre, Carlos V, aunque ambos se sintieran herederos de los reyes David y Salomón, y a lo largo de su vida se esforzaran por emular a esos monarcas bíblicos.
Felipe II fue tan contradictorio que, mientras era considerado campeón del catolicismo y impulsor del Concilio de Trento, al mismo tiempo, en 1559, amparaba el Índice de Libros Prohibidos, coleccionaba obras sobre astrología, alquimia y esoterismo, y volúmenes relacionados con el Templo de Salomón.
Incluso impulsó la búsqueda de reliquias por medio mundo, hasta reunir en El Escorial 7.422, que incluían supuestos pelos de la barba y de la cabeza de Jesús, once de las espinas de la corona que le colocaron antes de su crucifixión, o fragmentos de todos los santos salvo San Juan y Santiago el Mayor.
Un palacio propio del rey Salomón
Esa contradicción hizo que, como el rey Salomón, Felipe II construyese un templo que pretendía ser el centro del mundo, un edificio con 4.000 estancias, 1.250 puertas, 16 patios, 2.673 ventanas y 88 escaleras, una residencia con una función funeraria, porque en lo más profundo se encuentra el Panteón Real.
Y, además, El Escorial buscó ser un foco cultural (con una biblioteca con 45.000 volúmenes y 5.000 códices) y un centro espiritual (con una basílica y un convento) desde el que combatir al diablo.
Todo eso cuenta el libro de Fernández Urresti, con intrigas palaciegas, amores prohibidos y enrevesadas tramas que en ocasiones concluyen en crímenes aún no resueltos, para intentar desvelar las razones y circunstancias que llevaron a Felipe II levantar este edificio.
El escritor cuenta a EFE que El Escorial es, por encima de todo, el cumplimiento del sueño que el monarca expresó en su juventud, pues no es que el edificio se asemeje en su arquitectura al impulsado por Salomón, sino que se inspiró en las cualidades del templo judío y en su significado como eje espiritual.
Tras este segundo libro sobre Felipe II y El Escorial, Urresti cree que todavía hay misterios sin escudriñar sobre este palacio, como por ejemplo el papel del cántabro Juan de Herrera, quien fue algo más que el arquitecto de este inmenso edificio.
Magia y ciencias ocultas
Recuerda que Herrera entró al servicio de Felipe II cuando aún era príncipe Austria, porque ambos eran aficionados a la ciencia, pero también al esoterismo, no en vano el arquitecto poseía una biblioteca con 750 libros sobre magia y ciencias ocultas.
Su investigación, de más de una década, ha permitido a Fernández Urresti constatar que gracias a Herrera, quien sustituyó a Juan Bautista de Toledo como responsable de la construcción del monasterio, trabajaron en El Escorial canteros procedentes de la comarca cántabra de Trasmiera.
También desvela que algunos consideraron a Juan de Herrera el mago de cabecera del rey, más que su arquitecto. Por eso, no se sabe si es casualidad o fueron elegidas por algún motivo concreto las seis gigantescas estatuas de los monarcas judíos Josafat y Ezequías; David y Salomón; Josías y Manasés, obra de Juan Bautista de Monegro, que presiden el acceso a la basílica de El Escorial.
Fernández Urresti recuerda que todos esos monarcas tienen en común haber luchado contra los cultos paganos en tiempos bíblicos y haber favorecido la construcción del templo de Salomón, aunque lo llamativo es que presidan el acceso a una basílica católica encargada por el impulsor del Concilio de Trento.